En la época moderna en la que
vivimos, gran cantidad de la población mundial se ha acostumbrado al estrés, angustia, ansiedad,
falta de tiempo y muchas ocupaciones, que debido a la presión y a la rutina, se
realizaban con la utilización al máximo del tiempo durante el día e inclusive
durante horas nocturnas, fines de semana y hasta días feriados. Esto generó una separación entre los miembros de
la familia. Cada uno ocupado en resolver sus tareas (laborales o académicas)
descuidando no solo a su propio grupo familiar, sino también, su propia persona,
en relación a la sana alimentación o ratos para cultivar la salud física y mental.
La rutina diaria, impedía que dentro del hogar, las personas dispusieran de escasos minutos para dialogar y manifestar las situaciones que le producían malestar o por el contrario, un estado placentero consigo mismo y el entorno familiar. Aspectos importantes como conversar, el compartir una comida, una taza de café o té; practicar algún juego o rato de esparcimiento como ir al cine, a una iglesia, paseos; el simplemente mirarse a los ojos o darse un abrazo “sin apuros”, quedo en un segundo y casi inexistente plano. Esto puede interpretarse fácilmente como un divorcio entre los miembros del grupo familiar. Podemos decir entonces que se sustituyó a la familia por el trabajo, estudio, tecnología u otros aspectos que les interesaran más a las personas, que su propio bienestar interno. En muchísimas ocasiones esto se realizó de manera inconsciente y los miembros del hogar, se convirtieron en casi desconocidos.
Con la llegada de la pandemia por
el coronavirus, repentina y forzadamente se decretó en muchos países el
aislamiento obligatorio para poder disminuir el número de contagios y preservar
la salud de todos, considerando el hecho de la velocidad en la que surgió y
propagó la enfermedad; además de la
inexistencia de tratamientos o equipos necesarios para combatirla. Es así como la
familia, que nunca o pocas veces tenía tiempo suficiente para hablar o
compartir, se vio encerrada dentro del hogar, con limitaciones para
salir pero con oportunidades para “recuperar” los momentos y espacios que había perdido o tal vez para comenzar a
compartir por primera vez lo que
realmente nuca habían compartido. Sin embargo
en algunos casos, las cosas no se han dado de la manera adecuada. El
confinamiento trajo algunos efectos negativos para la familia:
v
Estados de
depresión: la ruptura repentina en
la relación con personas y ambiente exterior, generó en muchas personas estados
de desánimo y sensación del final de sus vidas.
v
Angustia
por el futuro incierto. La creciente preocupación o sensación de que “ya nada
será igual”.
v
Fatalismo por
pensar que no existirá superación a la pandemia
v
Estados de
negación: el no aceptar la realidad y preferir viviendo y pensando que nada
sucede, a pesar de la sobrecarga de información en la que se manifiesta la
crítica situación y número de infectados y fallecidos. Sentir que la pandemia solo
le afecta a otros y a muchos kilómetros de distancia.
v
Violencia
intrafamiliar: (como por ejemplo: feminicidio, maltrato a niños y a ancianos)sentir
que no soportamos a la persona con la que compartimos espacios o vivienda.
Reaccionar agresivamente en señal de defensa ante la realidad mundial, sin
recordar que las personas con las que estamos, no tienen la culpa de lo
sucedido.
v
Sentir que
no conocemos a los miembros del hogar. Al compartir mucho tiempo con
alguien, observamos características que nos desagradan y que antes del
confinamiento, no habíamos notado. Se produce una sensación de que “vivimos con
desconocidos”
v
Temor a
salir de casa y perder la protección y calor del hogar. Después de mucho
tiempo de encierro, algunas personas, tienen sensación de protección y
seguridad dentro de las cuatro paredes
donde han vivido y sienten temor a enfrentar el mundo exterior, considerando
que al salir a la calle, serán contagiados y por lo tanto, es mejor permanecer “siempre”
en la casa.
Ante el cambio
repentino de la rutina en las personas y por ende, en las familias, se pueden
dar las siguientes sugerencias:
ü
Hacer un esfuerzo por reconocer a los miembros de
la familia como seres únicos y regalos
de la vida, que nos hacen falta porque “solos”, seriamos presa fácil de la
depresión y desolación.
ü
Conversar
sobre temas agradables que se han mencionado poco: cumpleaños, navidad,
anécdotas.
ü
Mencionar
a miembros de la familia como abuelos, tíos y cualquier otro familiar
antepasado, para conocer las “raíces” de la familia. A que se dedicaban,
quienes más integran la familia, a pesar de vivir en otros lugares, que recordamos
de ellos, etc.
ü
Jugar, haciendo
uso de la imaginación. Existen infinidad de juegos que se pueden realizar
dentro de la casa, y así involucrar al resto de la familia, disfrutando de
ratos amenos.
ü
Escuchar las
anécdotas que nunca habíamos escuchado, las situaciones tristes, alegres,
dudas, problemas que han vivido las personas con las que convivimos.
ü
Pronuncias
palabras optimistas, de esperanza, motivadoras. Esto puede mejorar nuestro
ánimo y por consiguiente, nuestro sistema inmunológico.
ü
Cuando el compartir tanto tiempo con las mismas
personas, cambien nuestro ánimo y no tengamos deseo de hablar, entonces es
propicio leer un libro que tengamos
a nuestro alcance
ü
Realizar actividades como limpieza, organizar la
casa o habitación. Desechar lo que no sirve. Tratar de embellecer al máximo el
hogar, lo poco o mucho que tengamos a
nuestro alcance.
ü
Hacer hincapié en que esta oportunidad del confinamiento(a pesar de
las razones que la obligaron), es
temporal, casi mundial y prácticamente un regalo para estar juntos
(cuidamos nuestras vidas y conocemos más a la familia).
ü
Aceptar
que pesar de las limitaciones (económicas
en muchísimos casos), el hecho de tener a los miembros la familia a nuestro lado, otorga fuerzas para
continuar en la vida.
ü
Cocinar o cualquier otra actividad donde se involucre a todos en la casa.
Recordemos que cada tarea asignada es importante para que todos se sientan útiles.